Debo decirlo, gritarlo, custiodiarlo, abanicarlo, agarrarlo y no se disuelva en el polvo de tus besos en mis labios, en los pómulos, en el camino, en la memoria, en el páramo de mi propia soledad.
Mi piel se mancilla por el relieve de las incertidumbres.
Mi cuerpo es una marea de nostalgias en el subsuelo, de las reliquias, de las azoteas, de los músicos, de los suaves golpes de los telegramas y mientras yo dedico dos minutos a saborear el nombre perfecto de un obstáculo arremolinado por el temor de sucumbir a la evidencia de quererte.