La noche es como una termita que acapara el reloj diurno de
los días, de los pasos. Es otra manera de vivir, de amar, de encontrarnos en la percha del ocaso, de las sombras relampagueantes de lo interno,
superfluo, angosto.
Las luces de neón
absorben los sentidos, miro pausadamente los cristales de los suburbios, pienso en tu cuerpo, en el nuestro, de ambos, atravesando las calles
y los bares, donde contar tantas historias como el cabello de un ayer, o de un
hoy que salta como esas luminarias.
Ayer acabé en la barra del Memphis, como siempre que acababa
contigo en ese reservado. Quizás sea por
el recuerdo de tus manos en mi muslo atravesando de arriba abajo hasta llegar
al punto de un equilibrio.
Qué mal sabe ese whisky, ese gin-tonic sin tu presencia. Es como atravesar la garganta y escocer la nostalgia.
Las miradas se acurrucaban a lo largo del garito, parejas
entrelazando sus bocas, sus gestos, las palabras y yo en cambio no atravesaba
nada más que el olvido. O la definición exacta de sentirse sedienta bajo tu mirada, tu voz, tu eco. Pasa
lo de siempre, acostada con un rostro que no conozco por el sopor del alcohol.
Eso trato de decirme o de pronunciarme.
-Quedamos mañana-me dice después de un ronroneo en las sábanas
frías de mi indiferencia. Apenas le doy una calada al cigarro, ya es costumbre,
un aspecto de desdén que no quiero continuar.
Los pasos, son pasos agigantados por la propia madurez de
tener que hacerme mayor ante las circunstancias. Entiende, hacerme mayor,
intentando socorrer tu amparo desde que te fuiste.
Bajo de nuevo, al Memphis, a ese rincón, Hay un tío posado
en la barra me mira con deseo lascivo, penitente, con la boca húmeda intentando
ya de por sí quitarme algún botón. Me salgo fuera despacio, tintineando entre
las luces, los pasos, otra vez, los tacones en las aceras, viendo unos a otros,
viendo gente ir y venir en las calles.
Entré en la tasca de Eduardo. Ahí siempre me siento conmigo misma. Es fácil perderme en la
memoria de quienes hablan con la sonrisa
de tener que poder inclinar un muro en mi razón, así podré tirar la noche. Eduardo se acerca, me
pone la copa con un posavasos con una
especie de barco o de
velero....”oceanic”. Sería bueno
perderse en el océano....
Mmmmm.
Las certezas se pierden en el movimiento de la copa a mis labios, de los labios a la
garganta...de las manos al cigarro, al humo, ¡qué sé yo....!
Me está dando vueltas
la cabeza: pesarosa, inquieta.
Son las 4 ya. Apenas se me dibuja
tus pasos en el rincón de esa nostalgia. Somos capaces de etiquetar y de poner
cinturas a nuestros sentimientos vacíos. Ya soy una etiqueta igual que el Ron, o el Whisky o el vodka .El nombre....
Recuerdo que te gustaba el vodka. Me mirabas blandiendo tu
rictus; especie de sonrisa sinuosa hacia
mis párpados, o hacia mis senos o hacia mis manos. Es igual no queda nada de
aquello que solo venero en los dulces, en los membrillos, en esos brazos que
menos mal que navego para olvidar...Olvidar...ay!..
Es imposible. Soy
incapaz de tejer esa línea divisoria entre tú y el panel de las abejas.
Me reitero en la cama, no puedo dormir con el
despertador blandiendo las ocho de la
mañana.
Es hora de ponerme el disfraz del no me importa para
nada que me hayas vendido.
Y tener que florear
tu escondite, un baúl que tengo en casa,
en el sótano. Perdona. Es el sótano de mi vulnerabilidad. Logro encarcelarla
cuando bajo al Memphis, otra vez, y mañana será otra noche más, amparada en alguien que podrá quizás deleitarme con
las sobras de un amor que no es para mí,
si no es para contentar a las
cenizas que quedan del tuyo en mi interior.
(RELATO PRESENTADO AL CONCURSO LITERARIO INTERNACIONAL DE RELATOS LA VIDA ES UN BAR)
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